Esta noche os traigo un fragmento de uno de mis libros eróticos de cabecera.
Es un poco extenso, es cierto, pero os aseguro que merece la pena.
El despertar a la sensualidad, el aprendizaje, el descubrir nuevos mundos…
Todos hemos tenido una “Lulú”. Al menos yo la he tenido. Y aunque pueda parecer extraño, es ternura lo que me trae su recuerdo.
Disfrutad de este precioso fragmento del libro. Gozad de su sencillez, de su erotismo… y ojalá no os quedéis aquí y os decidáis a leer el libro entero. Os aseguro que no tiene desperdicio.
Felices sueños.
Sayiid
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No me podía creer lo que estaba pasando. Había alargado la mano y me estaba enjabonando con la esponja. Me lavaba como a una niña pequeña. Aquello me descolocó por completo.
- Pero... ¿qué haces?
- No es asunto tuyo, sigue.
- Sí, el coño es mío, lo que hagas con él también será asunto mío.
Mi voz me sonó ridícula a mí misma, y él no me contestó.
- Sigue hablando.
- Pues Susana lo hace mucho, por lo visto; quiero decir, meterse cosas.
Y entonces le contó que a Chelo que lo que más le gustaba era la flauta.
- Entonces decidimos que lo probaríamos, aunque la verdad es que a mí me parecía una guarrada, por un lado, pero lo hice. Chelo al final no, siempre se raya, y bueno, ya está, ya lo sabes, no hay nada más que contar.
Colocó una toalla en el suelo, justo debajo de mí.
Me resultaba imposible no mirarme en el espejo, con el pelo blanco, fantasmagóricamente cana.
- ¿Cómo te pilló Amelia?
- Bueno, como dormimos en el mismo cuarto, ella, yo y Patricia...
- Patricia, ella y yo..., me corrigió.
- Patricia, ella y yo, repetí.
- Muy bien, sigue.
- Creí que estaba sola en casa, sola por una vez en la vida, bueno, Marcelo estaba, y José y Vicente también, pero viendo la televisión y como estaban poniendo un partido, pues pensé...
Se sacó una cuchilla de afeitar del bolsillo de la camisa.
- ¿Qué vas a hacer con eso?
Me miró a la cara con su mejor expresión de: no pasa nada, aunque me sujetó firmemente los muslos, por lo que pudiera suceder.
- Es para ti, contestó. Te voy a afeitar el coño.
- ¡Ni hablar!.
Me eché hacia delante con todas mis fuerzas; intentaba levantarme, pero no podía. Él era mucho más fuerte que yo.
-Sí.
Parecía tan tranquilo como siempre.
- Te lo voy a afeitar y te vas a dejar. Lo único que tienes que hacer es estarte quieta. No te va a doler. Estoy harto de hacerlo. Sigue hablando.
- Pero... ¿por qué?
- Porque eres muy morena, demasiado peluda para tener quince años. No tienes coño de niña. Y a mí me gustan las niñas con coño de niña, sobre todo cuando las voy a echar a perder. No te pongas nerviosa y déjame. Al fin y al cabo, esto no es más deshonroso que calzarse una flauta escolar, dulce, o como se llame...
Busqué una excusa, cualquier excusa.
- Pero es que en casa se van a dar cuenta y como Aurelia me vea se lo va a cascar a mamá y mamá...
- ¿Por qué se va a enterar Amelia? No creo que os hagáis cosas por las noches.
-No.
Me había puesto tan histérica que ni siquiera tuve tiempo a ofenderme por lo que acababa de decir.
- Pero ella y Patricia me ven cuando me visto y cuando me desnudo, y los pelos se transparentan.
Aquello me tranquilizó, creí haber estado brillante.
- Ah, bueno, pero no te preocupes por eso, te voy a dejar el pubis prácticamente igual, sólo pienso afeitarte los labios.
- ¿Qué labios?.
- Estos labios.
Dejó que dos de sus dedos resbalaran sobre ellos. Yo había pensado que haría exactamente lo contrario, y me pareció que el cambio era para peor, pero ya había decidido no pensar. Por enésima vez, no pensar. Al paso que íbamos el cerebro se me fundiría aquella misma noche.
- Ábretelo tú con la mano, por favor...
Lo hice.
- Y sigue hablando. ¿Qué hiciste cuando te vio Amelia?
Noté el contacto de la hoja, fría, y sus dedos, estirándome la piel, mientas volvía a hablar, a escupir las palabras como una ametralladora.
- Bueno, pues, no sé...Cuando quise darme cuenta, ella ya estaba allí delante, chillando mi nombre. Salió corriendo de la habitación, con el paraguas, dando un portazo...
La hoja se deslizaba suavemente por encima de aquello que acababa de aprender que se llamaban también labios. No sentía dolor, era más bien como una extraña caricia, pero no lograba quitarme de la cabeza la idea de que se le podía ir la mano. Apenas le veía la cara, sólo el pelo, negro, la cabeza inclinada sobre mí.
- Y yo salí corriendo detrás de ella. No fue al cuarto de estar, menos mal, se fue directamente a la puerta de la calle, con el paraguas. Debía de haber venido solamente a buscarlo. Entonces pensé que no tenía a nadie más que a Marcelo y fui a contárselo, todavía llevaba la flauta en la mano...
La cuchilla se desplazó hacia fuera, me estaba rozando el muslo.
- Él estaba en su cuarto, tenía un montón de papeles encima de la mesa y no sé qué hacía con ellos. Se rió; se rió mucho, y me dijo que no me pusiera nerviosa, que él le taparía la boca a Amelia, que no se chivaría por la cuenta que le traía, y me habló como tú hace un rato...
Yo pensaba que no me escuchaba, que me hacía hablar a lo loco, como cuando me operaron del apéndice, para tenerme ocupada en algo, pero me preguntó qué me había dicho exactamente.
- Pues es, que era normal, que todo el mundo se hacía pajas y que no pasaba nada.
- Ya...
Su voz se hizo más profunda?.
- Y no te tocó?
Recordé lo que había dicho antes por teléfono: “Yo en tu lugar me la hubiera follado sin pensarlo”; y me estremecí.
- No...
Debía de haber dado por concluido mi labio derecho porque noté el escalofrío helado de la hoja sobre el izquierdo.
- ¿No te ha tocado nunca?
- No. ¿Pero tú qué te has creído?
Sus insinuaciones me sonaban como a ciencia ficción.
- No sé, como os queréis tanto...
- ¿Tocas tú a tu hermana?
Me respondió con una carcajada, tuve miedo que le temblara la mano.
- No, pero es que mi hermana no me gusta...
- ¿Y yo sí te gusto?
Mis amigas decía que jamás se debe preguntar eso a un tío directamente, pero yo no lo pude evitar. Él se echó para atrás y me miró a los ojos.
- Sí, tú me gustas; me gustas mucho, y estoy seguro que le gustas a Marcelo también, y quizás hasta a tu padre, aunque él jamás lo reconocería.
Sonrió
- Eres una niña especial, Lulú; redonda y hambrienta, pero una niña al fin y al cabo. Casi perfecta. Y si me dejas acabar, perfecta del todo.
Fue en aquel momento, a pesar de lo extravagante de la situación, cuando mi amor por Pablo dejó de ser una cosa vaga y cómoda. Fue entonces cuando comencé a tener esperanzas, y a sufrir. Sus palabras: “eres una niña especial, casi perfecta”, retumbarían en mis oídos durante años. Viviría años, a partir de aquel momento, aferrada a sus palabras como a una tabla de salvación.
Él se inclinó nuevamente sobre mí. La cuchilla se volvió a desplazar hacia fuera, esta vez al lado contrario.
- Muy bien, Lulú, ya casi está. ¿Ha sido tan terrible?
- No, pero me pica mucho.
- Lo sé. Mañana te picará más, pero estarás mucho más guapa.
Se había echado un instante hacia atrás, para evaluar su obra, supongo, antes de esconderse otra vez entre mis piernas.
- La belleza es un monstruo, una deidad sangrienta a la que hay que aplacar con constantes sacrificios, como dice mi madre.
- Tu madre es una imbécil ?
Me salió del alma.
(...)Cogió una toalla, sumergió un pico en otra taza y la retorció por encima de mi pubis que, fiel a su palabra, estaba casi intacto. El agua chorreó hacia abajo. Repitió la operación dos o tres veces antes de comenzar a frotarme para llevarse los pelos que se habían quedado pegados. Me di cuenta de que yo misma podría hacerlo mucho mejor, y más de prisa.
- Déjame hacerlo a mí.
- De ninguna manera...
Hablaba muy despacio, casi susurrando, estaba absorto, completamente absorto, los ojos fijos en mi sexo.
Las edades de Lulú
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