Después de ésta escena y de otras
parecidas con el portentoso garrote del padre Clemente, Mourier y Verbouc, el
tío de Bella traman participar en la perversión de un libidinoso señor Delmont,
que tiene una hermosa hija, Julia. Deciden que Delmont debe acostarse con su
propia hija, antes de que ambos la disfruten:
—Aguardad un momento —continuó el buen
padre—. Hasta este momento todos hemos estado de acuerdo. Ahora Bella será
vendida a Delmont. Se le permitirá que satisfaga secretamente sus deseos en los
hermosos encantos de ella. Pero la víctima no deberá verlo a él, ni él a ella,
a fin de guardar las apariencias. Se le introducirá en una alcoba agradable,
podrá ver el cuerpo totalmente desnudo de una encantadora mujer, se le hará
saber que se trata de su víctima, y que puede gozarla.
El propósito es que el lascivo señor
Delmont viole a su propia hija, en lugar de a Bella, y que una vez que de esta
suerte nos haya abierto el camino, podamos nosotros entregarnos a la
satisfacción de nuestra lujuria. Si Delmont cae en la trampa, podremos
revelarle el incesto cometido, y recompensárselo con la verdadera posesión de
Bella, a cambio de la persona de su hija, o bien actuar de acuerdo con las
circunstancias.
Así la intriga, narcotizan a la muchacha
y luego engañan al tío tapando el rostro de Julia mientras Delmont la monta.
Aquí siguen muchos capítulos de interesante aunque monótona serie de orgías e
intrigas, al final de las cuales, ambos, Delmont y Verbouc mueren de éxtasis y
las dejan "huérfanas"
Este nuevo e intenso goce llevó a
Verbouc a los bordes de la enajenación; presionando contra la apretada vulva de
la jovencita, que le ajustaba como un guante, se estremecía de gozo de pies a
cabeza.
—¡Oh, esto es el mismo cielo! —murmuró,
mientras hundía su gran miembro hasta los testículos pegados a la base del
mismo.
~—¡Dios mío, qué estrechez! ¡Qué lúbrico
deleite!
Y otra firme embestida le arrancó un
quejido a la pobre Julia.
Entretanto el padre Ambrosio, con los
ojos semicerrados, los labios entreabiertos y las ventanas de la nariz
dilatadas, no cesaba de batirse contra las hermosas partes íntimas de la joven
Bella, cuya satisfacción sexual denunciaban sus lamentos de placer.
—¡Oh, Dios mío! ¡Es... es demasiado
grande... enorme vuestra inmensa cosa! ¡Ay de mi, me llega hasta la cintura!
¡Oh! ¡Oh! ¡Es demasiado; no tan recio, querido padre! ¡Cómo empujáis! ¡Me
mataréis! Suavemente.., más despacio. . . Siento vuestras grandes bolas contra
mis nalgas.
—¡Detente un momento! —gritó Ambrosio,
cuyo placer era ya incontenible, y cuya leche estaba a punto de verterse—.
Hagamos una pausa. ¿Cambiamos de pareja, amigo mío? Creo que la idea es
atractiva.
—¡No, oh, no! ¡Ya no puedo más! Tengo
que seguir. Esta hermosa criatura es la delicia en persona.
—Estate quieta, querida Bella, o harás
que me venga. No oprimas mi arma tan arrebatadoramente.
—No puedo evitarlo, me matas de placer.
Anda, sigue, pero suavemente. ¡Oh, no tan bruscamente! No empujes tan
brutalmente. ¡Cielos, va a venirse! Sus ojos se cierran, sus labios se abren...
¡Dios mío! Me estáis matando, me descuartizáis con esa enorme cosa. ¡Ah! ¡Oh!
¡Veníos, entonces! Veníos querido.., padre... Ambrosio. Dadme vuestra ardiente
leche... ¡Oh! ¡Empujad ahora! ¡Más fuerte.., más.., matadme si así lo deseáis!
Bella pasó sus blancos brazos en torno
al bronceado cuello de él, abrió lo más que pudo sus blandos y hermosos muslos,
y engulló totalmente el enorme instrumento, hasta confundir y restregar su
vello con el de su monte de Venus.
Ambrosio sintió que estaba a punto de
lanzar una gran emisión directamente a los órganos vitales de la criatura que
se encontraba debajo de él.
—¡Empujad, empujad ahora! —gritó Bella,
olvidando todo sentido de recato, y arrojando su propia descarga entre espasmos
de placer—. ¡Empujad... empujad... metedlo bien adentro...! ¡Oh, sí de esa
manera! ¡Dios mío, qué tamaño, qué longitud! Me estáis partiendo en dos, bruto
mío. ¡Oh, oh! ¡Os estáis viniendo. . . lo siento...! ¡Dios ..... . qué leche!
iOh, qué chorros!
Ambrosio descargaba furiosamente, como
el semental que era, embistiendo con todas sus fuerzas el cálido vientre que
estaba debajo de él.
Al fin se levantó de mala gana de encima
de Bella, la cual, libre de sus tenazas, se volteó para ver a la otra pareja.
Su tío estaba administrando una rápida serie de cortas embestidas a su
amiguita, y era evidente que estaba próximo al éxtasis.
Julia, por su parte, cuya reciente
violación y el tremendo trato que recibió después a manos del bruto de Ambrosio
la habían lastimado y enervado, no experimentaba el menor gusto, pero dejaba
hacer, como una masa inerte en brazos de su asaltante.
-¡Aaaarrr!, ¡Oh, más aprisa reverendo
padre! ¡Ay! Vuestro dedo va a provocarme un desmayo.... ¡Oh! ¡Oh! ¡Conténgase,
reverendo padre, hasta que yo esté a punto también! ¡Más adentro! ¡más adentro
de mí! ¡Se lo ruego! ... ¡Oh, que felicidad, qué goce me proporciona!
Memorias
de una pulga (anónimo)
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